¿Qué tienen en común la película de Spaceballs y la segunda parte de ‘Don Quijote de la Mancha’?


Es posible que quién haya visto la película ‘Spaceballs’ y haya leído ‘Segunda parte del ingenioso caballero don Quixote de la Mancha’ se haya dado cuenta de una similitud en la forma que tienen de quejarse sobre la piratería de sus obras.

En la película de Spaceballs hay una escena en la que Casco Oscuro encuentra a la princesa Vespa gracias a una copia pirata de Spaceballs, que ha salido antes de que terminen de grabar la propia película. Por supuesto que esto no puede ser, pero gracias a ello pueden ver ‘el ahora’ ahora, e incluso avanzar la cinta para encontrar la escena donde están los fugitivos.

En el caso de Segunda parte del ingenioso caballero don Quixote de la Mancha, don Quijote salta en cólera cuando le cuentan que hay una segunda parte de sus aventuras pero está llena de mentiras y falsedades sobre su persona y otros personajes como Sancho Panza

En el capítulo LIX ‘Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió a Don Quijote’, dice lo siguiente:

—Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto que trae la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.

Apenas oyó su nombre Don Quijote, cuando se puso en pie, y con oído alerto escuchó lo que dél trataban, y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió:

—¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates? Y el que hubiere leído la primera parte de la historia de Don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda.

—Con todo eso—dijo el don Juan—, será bien leerla, pues no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mí en éste más desplace es que pinta a Don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso.

Oyendo lo cual Don Quijote, lleno de ira y de despecho, alzó la voz y dijo:

—Quienquiera que dijere que Don Quijote de la Mancha ha olvidado, ni puede olvidar, a Dulcinea del Toboso, yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad; porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada, ni en Don Quijote puede caber olvido: su blasón es la firmeza, y su profesión, el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna.

—¿Quién es el que nos responde?—respondieron del otro aposento.

—¿Quién ha de ser—respondió Sancho—sino el mismo Don Quijote de la Mancha, que hará bueno cuanto ha dicho, y aun cuanto dijere?: que al buen pagador no le duelen prendas.

Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando entraron por la puerta de su aposento dos caballeros, que tales lo parecían, y uno dellos echando los brazos al cuello de Don Quijote, le dijo:

—Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia: sin duda, vos, señor, sois el verdadero Don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas como lo ha hecho el autor deste libro que aquí os entrego.

Y poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le tomó Don Quijote, y, sin responder palabra, comenzó a hojearle, y de allí a un poco se le volvió, diciendo:

—En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.

A esto dijo Sancho:

—¡Donosa cosa de historiador! ¡Por cierto, bien debe de estar el cuento de nuestros sucesos, pues llama a Teresa Panza, mi mujer, Mari Gutiérrez! Torne a tomar el libro, señor, y mire si ando yo por ahí y si me ha mudado el nombre.

—Por lo que he oído hablar, amigo—dijo don Jerónimo—, sin duda debéis de ser Sancho Panza, el escudero del señor Don Quijote.

—Sí soy—respondió Sancho—, y me precio dello.

—Pues a fe—dijo el caballero—que no os trata este autor moderno con la limpieza que en vuestra persona se muestra: píntaos comedor, y simple, y no nada gracioso, y muy otro del Sancho que en la primera parte de la historia de vuestro amo se describe.

—Dios se lo perdone—dijo Sancho—. Dejárame en mi rincón, sin acordarse de mí, porque quien las sabe las tañe, y bien se está San Pedro en Roma.

Los dos caballeros pidieron a Don Quijote se pasase a su estancia a cenar con ellos, que bien sabían que en aquella venta no había cosas pertenecientes para su persona. Don Quijote, que siempre fué comedido, condescendió con su demanda y cenó con ellos; quedóse Sancho con la olla con mero mixto imperio; sentóse en cabecera de mesa, y con él el ventero, que no menos que Sancho estaba de sus manos y de sus uñas aficionado.

En el discurso de la cena preguntó don Juan a Don Quijote qué nuevas tenía de la señora Dulcinea del Toboso: si se había casado, si estaba parida o preñada, o si, estando en su entereza, se acordaba—guardando su honestidad y buen decoro—de los amorosos pensamientos del señor Don Quijote. A lo que él respondió:

—Dulcinea se está entera, y mis pensamientos, más firmes que nunca; las correspondencias, en su sequedad antigua; su hermosura, en la de una soez labradora transformada.

Y luego les fué contando punto por punto el encanto de la señora Dulcinea, y lo que le había sucedido en la cueva de Montesinos, con la orden que el sabio Merlín le había dado para desencantarla, que fué la de los azotes de Sancho.

Sumo fué el contento que los dos caballeros recibieron de oír contar a Don Quijote los extraños sucesos de su historia, y así quedaron admirados de sus disparates como del elegante modo con que los contaba. Aquí le tenían por discreto, y allí se les deslizaba por mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían entre la discreción y la locura.

Acabó de cenar Sancho, y dejando hecho equis al ventero, se pasó a la estancia de su amo; y en entrando, dijo:

—Que me maten, señores, si el autor deste libro que vuesas mercedes tienen quiere que no comamos buenas migas juntos; yo querría que ya que me llama comilón, como vuesas mercedes dicen, no me llamase también borracho.

—Sí llama—dijo don Jerónimo—, pero no me acuerdo en qué manera, aunque sé que son malsonantes las razones, y además, mentirosas, según yo echo de ver en la fisonomía del buen Sancho que está presente.

—Créanme vuesas mercedes—dijo Sancho—que el Sancho y el Don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho.

—Yo así lo creo—dijo don Juan—; y si fuera posible, se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran Don Quijote, si no fuese Cide Hamete, su primer autor, bien así como mandó Alejandro que ninguno fuese osado a retratarle sino Apeles.

—Retráteme el que quisiere—dijo Don Quijote—, pero no me maltrate; que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias.

—Ninguna—dijo don Juan—se le puede hacer al señor Don Quijote de quien él no se pueda vengar, si no la repara en el escudo de su paciencia, que, a mi parecer, es fuerte y grande.

En estas y otras pláticas se pasó gran parte de la noche; y, aunque don Juan quisiera que Don Quijote leyera más del libro, por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar con él, diciendo que él lo daba por leído y lo confirmaba por todo necio, y que no quería, si acaso llegase a noticia de su autor que le había tenido en sus manos, se alegrase con pensar que le había leído; pues de las cosas obscenas y torpes, los pensamientos se han de apartar, cuanto más los ojos. Preguntáronle que adónde llevaba determinado su viaje. Respondió que a Zaragoza, a hallarse en las justas del arnés, que en aquella ciudad suelen hacerse todos los años. Díjole don Juan que aquella nueva historia contaba cómo Don Quijote, sea quien se quisiere, se había hallado en ella en una sortija, falta de invención, pobre de letras, pobrísima de libreas, aunque rica de simplicidades.

—Por el mismo caso—respondió Don Quijote—no pondré los pies en Zaragoza, y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno, y echarán de ver las gentes cómo yo no soy el Don Quijote que él dice.

Claramente es una queja al libro Quijote de Avellaneda que se imprimio en 1614 a la sombra del éxito del primer libro de Don Quijote de la Mancha de 1605. Incluso Cervantes va a más con su queja, y en los capítulos siguientes deja más claro su gran repulsa a esta falsificación.

En el capítulo LXX ‘Que sigue al de sesenta y nueve y trata de cosas no escusadas para la claridad desta historia’, en el que cuenta que vio Altisidora en el infierno cuando estuvo muerta, los mismos diablos se quejan de lo mala que es la obra de Avellaneda:

—Así debe de ser —respondió Altisidora—, mas hay otra cosa que también me admira, quiero decir, me admiró entonces, y fue que al primer voleo no quedaba pelota en pie ni de provecho para servir otra vez, y así menudeaban libros nuevos y viejos, que era una maravilla. A uno dellos, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo, que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: «Mirad qué libro es ese». Y el diablo le respondió: «Esta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas». «Quitádmele de ahí —respondió el otro diablo— y metedle en los abismos del infierno, no le vean más mis ojos.» «¿Tan malo es? —respondió el otro.» «Tan malo —replicó el primero—, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara.» Prosiguieron su juego, peloteando otros libros, y yo, por haber oído nombrar a don Quijote, a quien tanto adamo y quiero, procuré que se me quedase en la memoria esta visión.

—Visión debió de ser, sin duda —dijo don Quijote—, porque no hay otro yo en el mundo, y ya esa historia anda por acá de mano en mano, pero no para en ninguna, porque todos la dan del pie. Yo no me he alterado en oír que ando como cuerpo fantástico por las tinieblas del abismo, ni por la claridad de la tierra, porque no soy aquel de quien esa historia trata. Si ella fuere buena, fiel y verdadera, tendrá siglos de vida; pero si fuere mala, de su parto a la sepultura no será muy largo el camino.

En el Capítulo LXXII - De cómo don Quijote y Sancho llegaron a su aldea, don Quijote llama a un escriba para que verifique que él es el auténtico Quijote justo delante del personaje Álvaro Tarfe que aparece en el Quijote de Avellaneda.

Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió Don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Alvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced cómo no conocía a Don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquel que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de Don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron Don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos Don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras. Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Alvaro y Don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción, de modo que desengañó a don Alvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dió a entender que debía de estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios Don Quijotes.

Y ya al final del libro, Cervantes deja claro que no pueden haber más aventuras de don Quijote llevando a la tumba al personaje principal en el capítulo LXXIII ‘De cómo don Quijote cayó malo y del testamento que hizo y su muerte’

Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma:

—Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres:

¡Tate, tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada;
Porque esta empresa, buen rey,
Para mí estaba guardada.

Para mí sola nació Don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de Don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercer jornada y salida nueva; que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en éstos como en los extraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero Don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna.—Vale.

En cualquier caso, don Quijote es un personaje de ficción aunque a lo largo de la obra lo describe como si fuese un personaje real. Para ello utiliza la figura de un historiador ficticio denominado Cide Hamete Benengeli, quien es la única persona con criterio para contar las famosas aventuras de don Quijote de la Mancha.